sábado, 9 de octubre de 2010

NO NOS DEBEMOS DE ACOSTUMBRAR.


Eran como las 2 de la madrugada, apenas empezaba a agarrar el sueño. No llegaba a mi inconsciente nada de provecho aún. De pronto se rompió el silencio, se oyeron balazos, una ráfaga de como 20 tiros. A esa hora no había nada en la calle, así que se escucho con toda claridad. No eran balazos de pistola, no era ese sonido seco, como golpe, fuerte, un trancazo en la pared, no era ese sonido de ¡punn¡… ¡punn! … Era más bien como un ¡piuuun, piuuun, piuuun!. Desperté de chingazo , sobresaltado. Lo primero que hice fue ver a mis hermanos, ellos estaban acostados en sus lugares. Yo modorro y apendejado pero más que todo asustado. No hayaba a quien preguntarle así que le pregunté a nadie: ¿qué fue eso?, ¿qué pedo?, ¿dónde fue eso? No quería despertarlos. Me acosté otra vez y como rezando decía: ¿Diosito qué fue eso?, ¿dónde fue?.... ¡No mames no mames!, ¡que chingaos es eso!. Se escucharon clarito todos los balazos, clarito, uno tras otro, como si hubiera sido afuera de mi casa. Entre toda la pendejez, no razonas. ¿Qué tal que es afuera? !Abajo están mis papás! no se sabe ni que pensar.
Es un sonido ajeno a nosotros, un sonido que creíamos sólo escucharíamos en en las películas, un tableteo que hace replantearnos toda nuestra realidad, como si rechinaran unos fierros apropósito para meternos miedo, un ruido macabro, fuerte, contundente, como si le crujieran los dientes al diablo, un chillido que entra por los oídos y se mete hasta el alma, por ese momento te roba el espíritu. Paso una hora y después de escuchar acelerones de camionetas, gritos y ruidos de carros me dormí.
La mañana de un día después siempre es pesada. La calle se siente espantada, la gente se nota seria, haciendo cada quien lo suyo, simulando, tratando de hacer que no pese en la cotidianidad eso que todos tenemos en mente. Pero acabamos por preguntaremos unos a otros: ¿Escuchaste los balazos de anoche? Luego el temor nos hace a todos coincidir en algo: quisiéramos quedarnos en nuestras casas, con nuestra familia, guardados para sentirnos un poco más seguros. Pero también sabemos que tenemos que hacer nuestras vidas, que hay que seguir adelante, hay que seguir caminando, respirando nuestra ciudad. Porque no hay que acostumbrarnos a esto, no hay que acostumbrarnos a los balazos, a las ráfagas de metralletas, a los granadazos. Mejor hay que pensar que esto va pasar, que pronto podremos salir otra vez tranquilos a la calle, que todo esto es una mala época que desafortunadamente nos toco vivir, porque en el momento que empecemos a acostumbrarnos va parecer que lo aceptamos y yo no quiero aceptar que esta es nuestra vida, que esta es nuestra ciudad, que así debemos vivir. Yo no quiero aceptarlo, yo quiero seguir caminado libre por el centro, viendo para todos lados, cruzar tranquilos las calles, comprando en los puestos, salir y tomar el camión en la esquina, yo quiero seguir viviendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario