Siempre he sido un mediocre. Uno de esos importantes, que se creen bien chingones y ni por la cabeza les pasa otra posibilidad. Me sentí sobrado muchas veces, pensando: ¿para qué esforzarme si esto es fácil? Y al final, no hacía nada. Miraba las cosas desde arriba, incluso a algunas personas.
Minimizaba lo que hacían los demás, disfrazando mi pereza con indiferencia. Empezaba cosas que nunca terminaba. Creía que lo podía hacer mejor que cualquiera, pero nunca lo hacía. Mientras otros avanzaban, yo seguía campante, creyéndome más listo, sin darme cuenta de lo pendejo que era. Construía un palacio de aire, una imagen de superioridad que, en realidad era pura tibieza y conformidad.
El tiempo pasó y me di cuenta que ya me chingué. Se fueron las oportunidades de cerrar ciclos, de completar lo que solo había empezado. Una buena parte de mi vida se diluyó en esa mediocridad. Mientras otros crecían, maduraban y construían, yo soñaba con que alguien me aplaudiera los sueños cumplidos. Pero soñar es de a gratis, como dice Chava Flores, lo difícil es ponerse a jalar.
Luego vi a esos mismos a los que subestimé: con sus familias, felices, batallando, pero felices. Y yo… yo seguía siendo el mismo mediocre de siempre. Sí, cumplí algunos sueños, pero no metas. Y entendí que una cosa es soñar, y otra crecer. Porque cuando uno sueña, ni cuenta se da si ronca, si hace ruidos extraños o simplemente está molestando.
Siempre supe que era un mediocre. Lo acepté. Me dio tristeza. Y por años pensé que así sería siempre.
Siempre… hasta que nació mi hija.Ese día, todo cambió.
Vi sus manitas perfectas, sus piecitos acolchonaditos, su naricita igual a la de su mamá. Esos ojitos nuevos me dieron la oportunidad que pensé que nunca tendría: salir de la medianía donde siempre había vivido.
Ese día, por primera vez, sentí que había logrado algo grande. Y eso, no lo puede decir cualquier mediocre.
Me di cuenta de que entre todo lo que dejé a la mitad, también había cosas que logré: una hermosa familia, con mis padres y mis hermanos, una esposa increíble que me regaló lo más bonito que tengo, amigos que me saludan con el mismo cariño de siempre, y la tranquilidad de nunca haber jodido la vida de nadie.
Por más mediocre que haya sido, o que aún sea, hoy tengo todo lo que necesito para ser feliz. Alguien que se alegra cuando llego a casa, que me da sus bracitos para que la cargue, que llora cuando me desaparezco unos segundos.
Y tengo a Ari, que me cuida, que me complementa y me acompaña cada día, quitándole lo pinche a la vida.
Y que, sin saberlo, me dio una nueva oportunidad de renovar la visión y ver mi futuro imperfecto con otros ojos.
El día que nació Maca
Maca jugando con su pasta de dientes
Maca paseándose con su mamá